Los tilos empezaban a mostrar sus flores, las abejas zumbaban a su alrededor; Marta apura el paso, no quiere llegar tarde a la oficina... entre su pelo ensortijado una abeja trata de posarse con una mano la espanta, en la esquina se detiene en el kiosco a comprar el diario, ve llegar el ómnibus a la parada. - Le abono al regreso don José..., trata de alcanzar el micro que aún está cargando pasajeros.
Hoy tuvo suerte logró sentarse, casi siempre viaja parada es la hora pico.
Al abrir la puerta sus ojos se detienen, se pierden en otra mirada, no siente el tiempo, es un mar azul que la atrapa, la envuelve, la hace tiritar sin frío... Marta!, viste un fantasma... escucha en el oído, es Lucia su compañera que la saca del ensueño.
- No, no solo pensaba.
- Sí, pensabas en el nuevo integrante... empieza hoy, se llama Andrés.
Marta con las mejillas rojas trata de recomponerse, da un saludo rápido y va hacia su escritorio. Luchó durante todo el día para no girar la cabeza y encontrarse con los ojos azules.
No recordaba cuando fue la última vez que sintió el cosquilleo y las mariposas en el estómago, cuando cumplió cincuenta años se había dicho: - Bueno Marta, acostumbrate tu tiempo pasó.
Al día siguiente no encontró al mar azul, esperó que alguien le dijera: No viene más, o no existió solo fue una broma de sus fantasías novelescas de tanto mirar películas de amor.
Ésa tarde, al bajar las escaleras estaba ahí... esperándola en los últimos peldaños, mirándole con la dulzura en los ojos azules, tan azules que de noche podían verse estrellas titilar en ellos.
Solo un par de palabras, luego se fueron caminando sin darse cuenta del tiempo, la luna con dejos de plata bañaba los jardines, una música mágica los llevó por el mejor de los caminos... sintieron que ya no estaban solos.